agosto 09, 2010

IV

Aquellas palabras hirientes,
y sin embargo suaves
como el alma que las produce,
aturden mi pecho y lo llenan de suspiros.
Anhelos que en un tiempo alimenté
reviven feroces al primer destello de calor.

Escribes sin piedad
palabras en mi memoria,
adornándolas con tu genio
y perfumándolas con tu aliento,
de una manera cruel y profunda.

Imagino tu voz, tu dulce voz,
derramando en mi oído aquellos cantares.
Imagino tu lengua, viva, cálida,
acariciar la mía en una algarabía,
en una plática silenciosa e intranquila,
de palabras de amor desconocidas.

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