agosto 09, 2010

XIII

¿Para qué besar, cariño,
el aliento que crees oler,
la piel que crees sentir
y los ojos que crees ver,
si no acaricias con los tres?

¿Y para qué besar, cariño,
si es por vil curiosidad,
sabiendo que has besado mil veces
con saliva y plasticidad?

¿Y para qué besar, amor,
a aquel que necesita provocación
cuando me tienes a mí,
ni siquiera a un paso,
sino a un destello en tu mirar?

¿Y para qué besarme, amor,
siendo tuyo en mi ilusión,
si no conoces los laberintos
de mi alma, ni mi corazón?

XII

Seguramente por casualidad,
llamada destino al ver su reflejo
en la memoria de la eternidad
que escapa al olvido con catalejo,

un dia cualquiera nací en altamar,
rodeado de olas densas, saladas,
y de su ignorado y senil cantar
que hace de las piedras preciosa estera.

El horizonte azulado es frontera
de mi libertad, de mi soledad,
de mi profunda nostalgia y espera;

es el extenso quid de divagar
en mi larga búsqueda sin estela
del amor: la promesa popular.

¡A Querétaro!

Ahí está el patrón, haciendo cuentas y garabatos en su cuaderno.
— ¿A dónde va Arnulfo?
Nomás voy al correo, don.
— No se tarde.
Ya casi llego al correo.
— ¡A Querétaro!— le digo al que atiende.
¡Qué bien funcionan las cosas en la capital! Uno no ve ni quién lo atiende, sólo se le dice a dónde va la carta y ya.

—Arnulfo, regresó rápido.
­—Sí don, sólo dejé el sobre del dinero onde decía buzón. Me acerqué y le dije “¡A Querétaro!”.
El patrón continuó con sus garabatos, sonriendo.

XI

Eres
un punto;
comienzo y final.

Eres,
con sencillez
sin duda, absoluta.

Eres
un poema
y mis palabras.

¿Acaso
seré yo,
igual que tú,

concepto
tentador, embriagador
en alma ajena?

¿Acaso
soy dos
veces como tú?

X


El clamor callado al caer la gota,
el perfume del vapor lacrimoso,
el suspiro que me brinda reposo,
el resplandor de mi sonrisa rota;

turbios residuos del tan escabroso
escarceo entre almas extravagantes,
idílicas, lascivas y embriagantes,
todas ellas en delirio gozoso;

reflejan con excelsa claridad
de las almas soledad agresiva
por su inherente heterogeneidad,

atrapadas en cuerpos de roída
carne, vistas en la necesidad
fatua de imaginarse compartidas.

IX

Ambiciones retrógradas e infectas,
egocéntricas, a mi alma le exigen
palabras lábiles que les halaguen
para sentirse un poco satisfechas.

Aquellos, los pocos hombres que callan,
será por tener la misma alma elata
o por tener otra que no es incauta
que mastican deseos y les tragan.

A los desdichados sin voluntad
los amarán igual que a un juguete
por los femíneos deseos calmar,

pero al honrado que lo falso rete
le amarán con aquella tempestad
con que a sus fatuos anhelos somete.

VIII

La poesía, como un vestido,
oculta con elegancia suprema
las delicadezas sublimes del alma,
sus volcanes, sus llanos y sus mares,
a fin de sólo entrever
claroscuros y siluetas
y seducir no sólo al alma
sino a la inteligencia.

Así mi alma y mi amor
no se prestan a la desnudez,
serían simples esperpentos
bioquímicos y neuronales.

¿Para qué aferrarse a la realidad
cuando podemos crearla,
vestirla y adornarla
de aquella belleza
solamente humana?

El tiempo, una dimensión,
adquiere sentimiento al ser vida,
al ser muerte,
al ser la única posesión
y la más falsa,
la más amada,
la que nos crea,
la que nos mata.

He aquí mis esperpentos,
heme aquí vistiéndolos
de mi tiempo y de mi aliento,
para que entiendas, amor,
todo lo que siento.

VII

Mis anhelos han de convertirse en realidad.
Me acerco, nublando el horizonte y la razón,
a los límites de mi imaginación,
donde eres realidad.

Una caricia, incluso un rasguño, ridículos serían;
la carne es irreal, fatua y temporal.

Un beso, en cambio, una gota de tu alma,
tentar y soñar tu habla,
tu labia, cálida como tu sangre,
cándida como los versos que elevas
en una sarta de estrellas,
será ataúd a mis anhelos,
o verdad en mis desvelos.

cándida como los versos que elevas
en una sarta de estrellas,
será mi perdición; ataúd a mis anhelos,
o verdad en mis desvelos.

VI

Un retoño, minúsculo y tierno,
vástago de mi esperanza,
se asoma, nocturno, bajo mi lengua.
Ha crecido a costa de mis sueños,
clavándoles sus raíces.

Ha floreado.
Sus flores gritan, esperan abiertas
despidiendo fragancias ralas y bellas.

V

Se desgarra por la mitad lenta y dolorosamente.
Su sangre escurre, cálida, nublando mi vista.
No hay más dolor que el de la duda.

Una mitad atrapada en la seguridad,
otra aturdida por la incertidumbre,
en medio sangra la curiosidad.

De todos modos, acariciamos los rosales.

IV

Aquellas palabras hirientes,
y sin embargo suaves
como el alma que las produce,
aturden mi pecho y lo llenan de suspiros.
Anhelos que en un tiempo alimenté
reviven feroces al primer destello de calor.

Escribes sin piedad
palabras en mi memoria,
adornándolas con tu genio
y perfumándolas con tu aliento,
de una manera cruel y profunda.

Imagino tu voz, tu dulce voz,
derramando en mi oído aquellos cantares.
Imagino tu lengua, viva, cálida,
acariciar la mía en una algarabía,
en una plática silenciosa e intranquila,
de palabras de amor desconocidas.

III

Vuela majestuosa
como la luz que irradia
su compleja sencillez.

Es bella, destructiva:
tempestad en las almas
que la perciben.

Su irónica imagen
es delicada y sublime,
casi etérea.

Cualquiera desearía probar
la fragancia de aquella escena,
intensa y especiosa;

casi tangible, como caricias,
penetra pesada por la piel
con un colorido vaho,

y su pérfida caricia
escapa a su capricho,
capricho de un segundo.

El amor es tiempo,
y ella, toda amor.
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I

Taciturno, siento las horas caer al compás de la lluvia,
pienso en la vida de cada gota
y encierro en mi pecho el vacío de su silencio.

Taciturno, piso la tierra fértil
aplastándola con mi peso al caminar,
sintiéndola empujar mis plantas y meterse entre mis dedos.

Taciturno, el agua fría se adhiere a mi cuerpo,
me refresca evaporándose en nubes de tiempo
y me enfría hasta caer asfixiado entre vahos y vapor.